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Las modas, aunque sean efímeras, nacen cuando imitamos a quienes creemos más elegantes. Una vez aceptadas, se consolidan y permanecen vigentes durante años antes de iniciar su inevitable decadencia. Siempre fueron los poderosos quienes marcaron las tendencias y los cambios en la forma de vestir o comportarse pero el cine lo cambió todo. La curiosidad de feria mutó en fenómeno de masas y multiplicó la velocidad de propagación de las modas.
Allá por 1950, Elsa Schiaparelli, la diseñadora que se había inspirado en la silueta de Mae West para crear el envase de su famoso perfume, sentenció que los diseños de las películas de hoy serán nuestras modas de mañana. Ya lo eran. Las películas llegaban a cualquier lugar en tan poco tiempo que la difusión de cualquier prenda, estilo o gesto, estaba asegurada. El cine ha renombrado, popularizado o sepultado usos y prendas.
Desde que una elegante y estilizada Joan Fontaine paseara su angustia por la tétrica mansión de Manderley, luciendo una sencilla chaqueta de punto, nadie ha dejado de llamarla por el título de la agobiante película de Hitchcock, Rebeca. Sabrina dio nombre a las zapatillas planas de la delicada Audrey Hepburn y Baby doll, al camisón que, lucido por una joven Carroll Baker, escandalizó a la biempensante sociedad estadounidense en la película de Elia Kazan.
Sucedió una Noche popularizó el pijama y enterró la camiseta interior. En la oscarizada cinta de Frank Capra, Clark Gable mostraba, bajo la camisa, su torso desnudo y compartía un pijama con la heroína, la coqueta y distinguida Claudette Colbert. A partir de su estreno, se desplomó la venta de camisetas y camisas de dormir a la vez que se disparaba la de pijamas. Más adelante, el vestuario masculino la reconvirtió en la T-shirt de manga corta, gracias a la atlética imagen de los heroicos soldados de la Segunda Guerra Mundial interpretados por toda una pléyade de galanes hollywoodienses.
Chanel ideó el Petite robe noire a mediados de los años veinte pero fue la recreación de Givenchy para Desayuno con diamantes la que lo convirtió en un icono inconfundible. La inocente dulzura de Audrey Hepburn enfundada en su Little black dress (para los angloparlantes) con sus ojos ocultos tras unas gafas Wayfarer de Rayban es una imagen familiar para cualquier persona y en cualquier lugar del mundo.
Muchas películas de éxito han resucitado viejas modas gracias a la colaboración de diseñadores y cineastas.
Así, Christian Dior creó su colección de 1966 inspirándose en el vestuario de Doctor Zhivago, la obra maestra de David Lean; Armani hizo revivir los abrigos largos, los trajes de tres botones y los chalecos en la recreación del violento Chicago de la Ley Seca que nos regaló Brian de Palma en Los intocables de Elliot Ness y los barrocos detalles de puntillas y bordados reaparecieron en nuestras calles a mediados de los ochenta tras una oleada de películas dieciochescas como Amadeus y Valmont, de Miloš Forman o Las amistades peligrosas de Stephen Frears, basadas las dos últimas en la escandalosa – para su época – novela epistolar de Choderlos de Laclos, Les liasons dangerous.
Actores, actrices o personajes se han convertido en iconos y arquetipos de una moda que ya resulta intemporal. Así ocurre con la cazadora de cuero de Marlon Brando en Salvaje, los tejanos del James Dean de Rebelde sin causa o el revival años veinte de El gran Gatsby protagonizado por Robert Redford.
La trinchera de Humphrey Bogart, sea interpretando a Richard Blaine en Casablanca, al detective Sam Spade de El halcón Maltés, o a Philip Marlowe, el cínico investigador privado de El sueño eterno, fue consagrada en la desopilante cinta de Herbert Ross, Sueños de un seductor, en la que el fantasma de Bogey se aparecía a un pánfilo y tímido Woody Allen al que aconsejaba en su relación con las mujeres.
¿Y qué decir de ellas?
Sin la hierática elegancia de la Garbo o la calculada ambigüedad de la exótica Marlene Dietrich no podríamos entender la feminización de tantas prendas creadas para el hombre. Identificar la voluptuosidad y los largos y ajustados vestidos de noche con Marilyn Monroe es tan sencillo como indisoluble es la relación arquetípica del traje de chaqueta con la angelical y bellísima Ingrid Bergman que lo lució en infinidad de ocasiones. O de los guantes largos con la explosiva Gilda de Rita Hayworth o la refinada Audrey Hepburn, según sirvan para despojarse de ellos o mantenerse elegantemente puestos. Sin Hitchcock no existiría el arquetipo de belleza rubia, fría, elegante y un poco altiva aunque de tierna sonrisa que aún representa la exquisita Grace Kelly y otras de sus musas como Kim Novak o Tippi Hedren y en una versión más francesa y chic nacida de la nouvelle vague, Catherine Deneuve.
Sin la original y estilosa Katherine Hepburn que nos acompañó durante más de cuatro décadas de cine, no hubiéramos conocido a la chica de facciones delicadas y cómodo vestuario de corte masculino que más tarde encarnaría Diane Keaton en Annie Hall. Y desde luego, no se comprendería la popularización del pantalón que una anciana y genial Hepburn lucía, elegante y natural como siempre, en la deliciosa En el estanque dorado.
Podríamos decir que la relación entre moda y cine es de ida y vuelta.
Los vestuarios cinematográficos se inspiran en la realidad social y la reinterpretan. Desde las pantallas se difunde otra vez a la misma sociedad que la vio nacer y acaba sugiriendo hábitos, modas y comportamientos; más que nuevos, renovados. Pero el fin del star-system significó también la desaparición de los arquetipos cinematográficos y dio paso al reinado de lo efímero, de las modas de rápido consumo y temporada. Quizá por eso, aún perviven los mitos de aquella edad de oro y siguen ocupando un lugar central en la moda y en la cultura popular. El cine de hoy sigue creando estrellas, estéticas e historias pero carece de la fuerza de aquellos viejos carteles en los que aparecían, inalcanzables, las estrellas que desearíamos ser o a quienes querríamos llevar del brazo.
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Nos ha encantado el post, nuestra enhorabuena. Un saludo, os invitamos a que visitéis nuestro blog en http://reflejosdemoda.com/enamorarse-en-granada/