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ARQUITEC-Torias: Affection, cuánto te amoRegalos como prueba de amor

Paco Delgado Fernández / Paqodf

La relación de los duques de Windsor estuvo marcada por distintos regalos como prueba de amor. El primero de ellos vino en forma de escándalo universal al abdicar Eduardo VIII al trono británico para poder casarse con la mujer a la que amaba. La pareja se reunió y casó en Francia, marchándose a recorrer Europa durante varios años. Como prueba de este principio del matrimonio, la pareja se intercambió una pitillera y una polvera realizadas en oro y cuyas tapas iban adornadas con un mapa de Europa sobre el que se trazó con piedras preciosas el recorrido que hicieron los duques. Después vendrían muchas más joyas y regalos en nombre del amor.

Otro rey enamorado fue Alfonso XIII. Un adolescente que desafió a su querida madre el día que decidió casarse con una princesa inglesa de cabellos dorados, ojos color del cielo y, secretamente, la sangre envenenada por la hemofilia. La pasión le duró al matrimonio real lo que la enfermedad tardó en manifestarse en el primer hijo de la pareja y heredero de la corona. El rey lloró su mala suerte calentando las camas de todas las damas de Madrid y alrededores que se la abrían. Mientras, la reina, dicen que siempre enamorada, encontraba consuelo al desamor en la salita especial que tenía Cartier en su joyería de París para recibir a sus mejores clientas. Así fue como el collar de chatones que Alfonso XIII había regalado en prueba de amor a la reina Victoria Eugenia al principio de su relación acabó transformado en el recuerdo de un desgraciado matrimonio condenado a entenderse por razones de Estado. El rey le añadía cada año un chatón nuevo por el cumpleaños de la reina y, dicen las malas lenguas, que algún chatón más por alguna de sus amantes acallando así su culpa y su traición.

Las joyas marcaron también la relación de Richard Burton y Elizabeth Taylor. Se querían, se odiaban, se amaban, se abofeteaban y se reían en orgías de diamantes y champán. ¿Quién teme a Virginia Woolf? puede ser el mejor testimonio de la relación tormentosa y pasional que mantuvo la pareja durante años. Él saltaba de subasta en subasta comprando grandes joyas como prueba de su amor. Entre ellas, La Peregrina, una bellísima perla que perteneció a la corona española, et aussi, uno de los mayores diamantes del mundo que ahora lleva el nombre de la pareja, el Taylor-Burton Diamond.

No siempre hay que recurrir a las joyas para demostrar el amor. En una de las últimas entrevistas de María Félix, la diva confesaba su pasión por fumar puros como una prueba de amor al que había sido su último marido, el millonario Alex Berger. Al parecer, al principio de la relación, a ella le molestaba sobremanera el olor del puro que Alex acostumbraba a fumar, pero consciente de que si decía algo, él abandonaría su vicio por amor, decidió buscar una solución alternativa. Su médico particular se la dio: solo tiene usted dos opciones, o deja de fumar él, o aprende a fumar usted. La diva colocó varios puros en una pitillera de oro y aprendió a fumar y a envolver el amor con el humo del cigarro.

Durante 20 años, Joe Dimaggio estuvo enviando un ramillete de rosas cada lunes, miércoles y viernes a la tumba de Marilyn Monroe, su gran amor. Dice la leyenda que cuando ella murió habían retomado su relación y hasta pensaban en volver a casarse. Era su última prueba de amor. Y es que hay veces que el amor dura

hasta que la muerte nos separe.