SOXCO 10 Paires de chaussettes de travail pour hommes Chaussettes de TRAVAIL
19,99 € (a partir de 1 noviembre, 2024 12:21 GMT +02:00 - Plus d'informationsLes prix et la disponibilité des produits sont exacts à la date/heure indiquée et sont sujets à changement. Toute information de prix et de disponibilité affichée sur [Site Amazon concerné(s), le cas échéant] au moment de l'achat s'appliquera à l'achat de ce produit.)JOVENCITOS CON BOTINES: LUIS G. CHACÓN.HTTP://ELMASLARGOVIAJE.WORDPRESS.COM /@LUISGCHACON
Signo de elegancia, colorido reclamo, imagen de estatus, capricho superfluo, aderezo inútil, símbolo burgués, arreo de sojuzgados u horca impuesta.
Esos y otros muchos son los calificativos que recibe la corbata según sea el color del cristal con el que se mira, admira o – incomprensiblemente – se detesta, esa pequeña tira de tela anudada al cuello. Y como no… nudo suelto, apretado, veleidoso o juguetón; lazo inofensivo o peligroso y silenciosa proclamación de principios aunque sea por su ausencia. Pero siempre reflejo y trasunto de quien la porta. No hay prenda que levante más admiración y animadversión que la corbata porque a nadie deja indiferente. Detestada y adorada por igual, es sufrida con la misma pasión con que se disfruta. Y es curioso que una simple e inútil tela sin más función que la del ornato, levante tantas pasiones. Pero en su aparente nimiedad está concentrada su grandeza.
Los legionarios romanos marcaron las futuras fronteras de Europa con una focale al cuello de la que derivaron prendas de clara utilidad como bufandas, pañuelos y fulares. Pero fueron los mercenarios croatas llegados a Francia allá por 1660 quienes encandilaron a nuestros vecinos y les hicieron cambiar sus cuellos de encaje, golas y golillas por la tradicional hrvatska que lucían anudada como una roseta y dejando caer sobre el pecho, unas veces recias y otras lánguidas, las dos puntas, sencillas o adornadas de la misma. Y así, la cravate ganó a la corte versallesca y se difundió a lo largo y ancho del mundo.
Identificada desde siempre con la formalidad y la elegancia, llega a tener un papel ideológico primordial aquellos días en los que decidimos que es imprescindible llevarla. En ese momento deja de ser una prenda de vestir. Ni siquiera es una decisión personal; ya no supone un toque de elegancia. Cuando atravesamos el vano de la puerta y pisamos la calle, la corbata se ha convertido en una declaración de principios y una aceptación del concepto social de la clase y la elegancia. Es tan fuerte la ideologización que se le atribuye que el sincorbatismo ha sido la imagen revolucionaria o antiburguesa por antonomasia. Aunque los peronistas se declaraban orgullosamente descamisados hubiera sido más correcto llamarlos descorbatados. Los revolucionarios franceses pasaron a la historia como sans culottes porque usaban pantalones en lugar de las calzas cortas y ajustadas – culottes – de nobles y burgueses pero pudieron igualmente llamarse sans cravates pues lucían orgullosos los cuellos abiertos y abominaban de la corbata como prenda incompatible con la austeridad de los que, como ellos, se consideraban modernos Brutos liquidadores de todas las tiranías.
Pero olvidemos a quienes confunden la austeridad con la miseria y la elegancia con la tristeza y loemos a los hombres ilustres y los ejemplos que nos dejaron. No hay ciencia de la corbata, sino arte. De su frivolidad e inutilidad nace su belleza. La corbata nos acompaña en la paz y en la guerra; en el amor y en el odio y en cada momento de la historia y de nuestra historia es orgullo, vanidad y gloria. Adorna con tonos oscuros la firma de los más importantes acuerdos e ilumina con los más vivos colores las excentricidades de dandis y esnobs. Así, a Beau Brummell se le recuerda porque jamás salía a la calle sin llevar la corbata anudada con la estudiada naturalidad de quien ha desechado diez nudos antes de encontrar aquel que se muestra como perfectamente descuidado. Al duque de Windsor, mal rey y peor ciudadano lo único que le salva del fuego del infierno es la cuidada y simétrica estructura del nudo al que da nombre. Es difícil separar la belleza de la obra de Le Corbusier de la imagen de su corbata de lazo y no es posible recordar la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial separada de la pajarita lipton de sir Winton Churchill que unida al sempiterno puro y a la V de la Victoria forman parte del imaginario popular del siglo veinte del mismo modo que lo hacen las estrechas corbatas negras de The Beatles o la elegancia y naturalidad con que Cary Grant o Fred Astaire las lucieron en el cine.
Si el origen de la corbata está en aquellos mercenarios croatas y su expansión se debió a la corte francesa, nadie puede negar la influencia británica en su evolución y desarrollo. Nuestras rayadas corbatas no son más que el fruto de la disparatada idea de aquellos jóvenes oxonienses y cantabrigenses que, mientras disfrutaban de las regatas, decidieron anudarse al cuello las cintas de sus canotiers a la vez que animaban a sus embarcaciones. De aquellas corbatas colegiales y también de las regimentales que se lucían con orgullo, como símbolo del grupo al que se pertenecía, nació todo ese abanico de rayas anchas y estrechas, de colores suaves o estridentes que hoy adornan los escaparates de medio mundo.
Y sobre todas las cosas, la corbata es una posibilidad única de manifestar libremente nuestra personalidad y nuestro estado de ánimo. Símbolo sutil de la vanidad, la corbata nos permite esconder nuestros sentimientos o hacerlos públicos sólo con un leve giro de muñeca a la hora de hacer uno u otro nudo y en el momento de elegirla. Unas veces ancha, otras estrecha, en ocasiones formal y a veces divertida, la corbata es una alegoría de la trivialidad de la moda y a la vez de su necesaria y perenne permanencia.